Para determinadas prácticas fraudulentas el uso de Internet
como instrumento delictivo es impagable, pues de cara a sus propósitos
difamadores o denigradores de determinadas personas o colectivos
potencia hasta extremos inimaginables(8) la
intensidad y el alcance de su labor maledicente. Así, utilizando
un cibercafé o una red pública (de una biblioteca, oficina, etc.)
el IP(9)se convierte en
un dato circunstancial y las posibilidades de actuación alevosa
e irresponsable son amplísimas. De otro lado, el internauta que
se esconde bajo un nick o
apodo telemático puede desplegar impunemente todas sus potencialidades
retorcidas amparadas bajo el título de «sana crítica», donde numerosos
blogs de opinión acaban convirtiéndose en algo parecido a una competición
de vilipendios de tal guisa que se asemeja a un ignominioso juicio
público paralelo donde sin ninguna garantía para el afectado el
oprobio continuo se convierte en una rutina.