Qué duda cabe que el exceso de información y sus consecuencias tóxicas es uno de los temas/problema más relevantes a la hora de reflexionar sobre los enormes cambios que están experimentando las sociedades humanas y sus culturas.
Para entender el problema en su justa medida y distancia, hay que partir de la propia naturaleza humana: superdepredadores para los que la información es vital y la alimentación escasa en los ecosistemas variados en los que se ha insertado desde que salió de las sabanas africanas. En todos los casos, la acumulación de información y comida resultaba fundamental para la supervivencia. Las cosas se trastocaron cuando la escasez se vio sustituida por la abundancia. Las consecuencias en la alimentación de las poblaciones desarrolladas las conocemos todos.
Precisamente, la comparación con el bufete libre de un hotel o un crucero nos puede venir muy bien para enfrentarnos al problema de la infoxicación, y buscar herramientas de cultura que nos permitan enfrentarnos a esa sobreabundancia de información-comida que llega a nuestras múltiples pantallas, evitando sus funestas consecuencias: si en la comida es el empacho y la indigestión, en la cultura se traduce en la acumulación acrítica, la ignorancia y la desorientación.
Si esto es importante para cualquiera de nosotros, para los ciudadanos en proceso de formación y crecimiento que son nuestros alumnos, resulta de vital importancia. De ahí que la escuela debe saber ayudar a sus alumnos a moverse por el proceloso mundo de la información y el conocimiento con brújulas, herramientas y criterios que les permita controlar de forma selectiva los procesos de acceso y selección de información relevante al servicio de la construcción del conocimiento y el crecimiento personal.
La tendencia natural al picoteo, a la distracción perpetua en el vasto universo de la información, como bien ha denunciado Nicholas Carr en su magnífico libro "Superficiales. Qué está haciendo Internet con nuestras mentes", nos lleva a primar la cantidad sobre la calidad, el impulso sobre la reflexión, el pensamiento superficial, de aguas poco profundas, sobre el pensamiento profundo y crítico.
Es posible que sea la escuela la única institución en condiciones de enfrentarse a esa debacle a la que la sobreinformación está llevando a los individuos y a la cultura de nuestro tiempo. No son pocos los autores que inciden en las consecuencias políticas negativas que suponen para el mantenimiento de la democracia. La sobreinformación, el aturdimiento informativo, que incapacita a los ciudadanos para la asimilación, la reflexión y la crítica, es la mejor forma de censura y control de los ciudadanos.
La escuela, en efecto, es la única institución que puede propiciar algo tan poco natural como el pensamiento profundo y continuado (N. Carr). Y tiene para ello una serie de herramientas y procedimientos que debe conservar y potenciar. Anotaré los que me parecen fundamentales: - La lectura en silencio, profunda y continuada, sea en libros o en pantallas (más difícil) . Muchos centros dedican una parte de su horario a esta actividad cada vez más necesaria. - La búsqueda de información guiada al servicio de proyectos elaborados previamente. Dicho así, parece un lugar común, pero todos sabemos de la cómoda omnipresencia de los manuales de materia en nuestras clases. - Ayudarles a construirse su propio PLE de una forma organizada y secuencial a lo largo de las etapas de educación obligatoria. Entre tales herramientas, las de búsqueda, filtrado y organización de la información resultan básicas.
Complemento de un artículo anterior dedicado al libre "Basta. Cómo dejar de desear siembre algo más.
En este caso se presenta com una "guía de cuasi-autoayuda, ¡con todo lo necesario para hacerse rico, famoso e inmortal! (bueno, esto último tal vez sea exagerado)."
Profesor de CC.SS. en secundaria. IES FGB de Salamanca
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