En realidad no notamos el momento en que el bicho nos clava sus
“dientes” en la piel, sino que es su saliva lo que causa la
reacción. Es desagradable de sólo pensarlo.
Al morder (o al clavar su trompa) inyectan una mínima cantidad
de saliva que evita la coagulación de nuestra sangre, de modo
que pueden coger lo que quieren del cuerpo. Sólo tras un cierto tiempo se nota
la picadura, al contrario de lo que pasa con la de una avispa o una
abeja.
El sistema inmune reconoce entonces la saliva del bicho como un
producto extraño y reacciona secretando histaminas, que es lo
que causa el enrojecimiento y el picor.