"Si su hijo ha suspendido cinco, castíguele (pero no como usted cree)
Expertos recomiendan una nueva forma de correctivo, que pasa por dosificar privilegios en vacaciones. Sin gritos
Miguel Ángel Bargueño 1 JUL 2015 - 12:35 CEST
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Cada verano, por estas fechas, un jarro de agua fría ha caído sobre muchos hogares: su hijo ha sacado malas notas. Un cúmulo importante de suspensos es, para la mayoría de familias, una pésima e inoportuna noticia que llega justo en vísperas de vacaciones, cuando contamos los días que nos quedan para dejar de ir a trabajar y empezamos a vislumbrar nuestro merecido descanso estival como una concatenación de situaciones agradabilísimas. Aunque luzca un sol cegador, ese día una nube ensombrece la casa. Porque las malas notas a final de curso no solo afectan al apesadumbrado adolescente que se las ha ganado a pulso, sino también a los padres que las reciben y que, con frecuencia, no saben cómo reaccionar. Pues bien, todo es más fácil si tiene en cuenta unas simples reglas.
No monte en cólera
"Los gritos y la excesiva aspereza no solucionan nada", sostiene Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y Pedagogía y profesor de la Facultad de Educación en la Universidad Complutense (Madrid). Pero tampoco es cuestión de mirar para otro lado. "En general, la actitud, además de firme, ha de ser comprensiva y estimulante", añade. En 2008, investigadores de las universidades de Sevilla y País Vasco analizaron los perfiles de más de 800 adolescentes entre 12 y 17 años en función del estilo educativo de sus progenitores. Distinguieron entre tres tipos de padres: estrictos, democráticos e indiferentes. Así, encontraron que "los adolescentes con padres democráticos presentan (…) un mayor interés hacia la escuela y un mejor rendimiento acadé