El incremento de la tasa de mortalidad en la Sabana de Bogotá ha generado la necesidad de construir más cementerios; sin embargo, la falta de gestión de los organismos de control ha propiciado lugares inadecuados para estos fines; pues, aunque se supone que los cementerios inicialmente se encontraban a las afueras de la ciudad, el incontrolado "desarrollo urbano" ha ocasionado que ahora sean parte de ella, generando áreas de potencial riesgo para el medio ambiente. Sin embargo, vale la pena preguntarnos ¿Qué pasa con nuestros restos mortales? Ya que estos no se desvanecen, ni mucho menos desaparecen como algunos piensan. Estos restos se descomponen mediante un proceso de mineralización, y de no ser tratados correctamente se producen olores ofensivos, generándose emisiones de gases contaminantes a la atmósfera y polución en los cuerpos de agua por lixiviados de agentes patógenos, creando un deterioro irreversible que los muertos, en la inocencia propia de su carencia de vida y conciencia, no pueden evitar.
Estos lixiviados son soluciones acuosas ricas en sales minerales y sustancias orgánicas degradables, generalmente de color café o gris, los cuales son más viscosas que el agua, tienen un olor fuerte y un alto grado de toxicidad y patogenicidad, que depende de la presencia de ciertos compuestos orgánicos y de la carga viral patogénica del cuerpo inhumado. Un adulto de aproximadamente 70 kilos de peso puede llegar a producir un volumen de hasta 40 litros de tales lixiviados, cuya composición comprende 60% de agua, 30% de sales minerales y 10% de sustancias complejas[1], poco conocidas, tales como la putrescina (1,4-butanodiamina) y cadaverina (1,5-pentanodiamina); dos moléculas degradables de alta solubilidad en agua. Estos dos compuestos, de nombre siniestro, son la causa principal de la contaminación de las aguas subterráneas en zonas aledañas a cementerios, además de los compuestos nocivos procedentes de cuerpos que, en vida, fueron sometidos a tratamientos químicos, quimioterapias, radioterapias, marcapasos y otros tratamientos médicos[2]. La contaminación producida por este tipo de sustancias es más difícil de eliminar de forma natural, debido a que las aguas del subsuelo tienen un ritmo de renovación mucho más lento que las superficiales, lo que puede generar daños casi irreversibles en la calidad de las aguas afectadas, así como en la salud de quienes las consumen. No obstante, hace algunos años, el profesor Jesús Antonio Norato Rodríguez, biólogo y fisiólogo vegetal, explicó que a las fuentes de agua no llegaría mucha cadaverina porque parte de esta se va quedando en el suelo y que para eliminarla del agua, esta se puede hervir y filtrar, como lo hacen en el campo, con una mezcla de carbón vegetal, arena y estropajo [4]. Por otro lado, en el año de 1999 la firma AMBIPOZOS realizó un estudio de los suelos del parque cementerio Jardines de Paz, donde encontró que los suelos están constituidos por una espesa capa de arcilla que va hasta los 111 m de profundidad, lo cual impide el paso de lixiviados generados por la descomposición de los cuerpos, en caso de que se filtren a grandes profundidades, y por ende no es necesario tratamiento alguno.
Sin embargo, vale la pena preguntarnos ¿Qué pasa con nuestros restos mortales? Ya que estos no se desvanecen, ni mucho menos desaparecen como algunos piensan. Estos restos se descomponen mediante un proceso de mineralización, y de no ser tratados correctamente se producen olores ofensivos, generándose emisiones de gases contaminantes a la atmósfera y polución en los cuerpos de agua por lixiviados de agentes patógenos, creando un deterioro irreversible que los muertos, en la inocencia propia de su carencia de vida y conciencia, no pueden evitar.
Estos lixiviados son soluciones acuosas ricas en sales minerales y sustancias orgánicas degradables, generalmente de color café o gris, los cuales son más viscosas que el agua, tienen un olor fuerte y un alto grado de toxicidad y patogenicidad, que depende de la presencia de ciertos compuestos orgánicos y de la carga viral patogénica del cuerpo inhumado. Un adulto de aproximadamente 70 kilos de peso puede llegar a producir un volumen de hasta 40 litros de tales lixiviados, cuya composición comprende 60% de agua, 30% de sales minerales y 10% de sustancias complejas[1], poco conocidas, tales como la putrescina (1,4-butanodiamina) y cadaverina (1,5-pentanodiamina); dos moléculas degradables de alta solubilidad en agua. Estos dos compuestos, de nombre siniestro, son la causa principal de la contaminación de las aguas subterráneas en zonas aledañas a cementerios, además de los compuestos nocivos procedentes de cuerpos que, en vida, fueron sometidos a tratamientos químicos, quimioterapias, radioterapias, marcapasos y otros tratamientos médicos[2].
La contaminación producida por este tipo de sustancias es más difícil de eliminar de forma natural, debido a que las aguas del subsuelo tienen un ritmo de renovación mucho más lento que las superficiales, lo que puede generar daños casi irreversibles en la calidad de las aguas afectadas, así como en la salud de quienes las consumen.
No obstante, hace algunos años, el profesor Jesús Antonio Norato Rodríguez, biólogo y fisiólogo vegetal, explicó que a las fuentes de agua no llegaría mucha cadaverina porque parte de esta se va quedando en el suelo y que para eliminarla del agua, esta se puede hervir y filtrar, como lo hacen en el campo, con una mezcla de carbón vegetal, arena y estropajo [4]. Por otro lado, en el año de 1999 la firma AMBIPOZOS realizó un estudio de los suelos del parque cementerio Jardines de Paz, donde encontró que los suelos están constituidos por una espesa capa de arcilla que va hasta los 111 m de profundidad, lo cual impide el paso de lixiviados generados por la descomposición de los cuerpos, en caso de que se filtren a grandes profundidades, y por ende no es necesario tratamiento alguno.
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