“lo que ella [la naturaleza] puso al alcance de todos, nosotros lo separamos, lo escondemos, lo cerramos, lo defendemos, lo apartamos de los otros con vallas, con puertas, con cerraduras, con hierros, con armas, con leyes, en fin; y así nuestra avaricia y nuestra malicia introducen carestía y hambre en la abundancia de la naturaleza, y pone pobrezas en las riquezas de Dios. Es necesario poner un correctivo a esos desmanes de la avaricia y de la ambición, y ese correcivo no puede ser otro que la limosna, mediante la cual se reestablece el orden cósmico natural. La limosna, pues, no es más que la secuela natural del mandamiento fundamental del cristiano: la caridad o el amor universal. Es este amor el que lleva a restituir el orden perdido en un reino de fraternidad.”