«Es intuyendo un mundo nuevo como se puede soportar el impacto de la globalización: limitarse a defender lo viejo, ¿a qué puede llevarnos?
Por esto se me ocurre pensar que la idea de una globalización limpia tiene que pasar, necesariamente, a través de una especie de revolución cultural, que necesite que el mundo acepte pensar en el futuro, sin prejuicios, y esté dispuesto a dejar de defender un presente que ya no existe. No creo que, si existe una globalización buena, ésta puedan realizarla cerebros que destruyen McDonald's o sólo ven películas francesas. Pienso en algo distinto. Pienso en gente convencida de que la globalización, tal y como nos la están vendiendo, no es un sueño equivocado: es un sueño pequeño. Quieto. Bloqueado. Es un sueño gris, porque procede directamente del imaginario de ejecutivos y banqueros. En cierto sentido, se trataría de empezar a soñar ese sueño en lugar de ellos, y de hacerlo realidad. Es una cuestión de fantasía, de tenacidad y de rabia. Es tal vez la misión que nos aguarda.»