A la muerte de Cristo, la jurisdicción de la ley ceremonial llegó a su fin. El sacrificio expiatorio del Salvador proveyó el perdón de todos los pecados. Este acto anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz" (Col.2:14; Deut.31:26). Desde entonces, ya no fue necesario realizar las elaboradas ceremonias que de todos modos no eran capaces de quitar los pecados ni de purificar la conciencia (Heb.10:4; 9:9,14). No más preocupación acerca de las leyes ceremoniales, con sus complejos requerimientos relativos a las ofrendas de bebidas y alimentos, las celebraciones de diversos festivales (la Pascua, el Pentecostés, etc.), las nuevas lunas o los sábados ceremoniales (Col.2:16; Heb.9:10), "todo lo cual es sombra de lo que ha de venir" (Col.2:17).